Por Henry Aguilera, Tampa FL, [email protected]
Eduardo lleva toda una vida entre harinas y azúcar. Comenzó en 1987, en su natal provincia de Camagüey, Cuba, trabajando como dulcero, y desde entonces no ha hecho otra cosa. La repostería no es solo su oficio: es su identidad.
Susi, panameña con estudios en administración, llegó a este mundo más tarde, cuando la vida los cruzó en un lugar de trabajo en Estados Unidos. Eduardo aportaba décadas de experiencia; Susi, organización y visión empresarial. Lo que empezó como un empleo para salir adelante, se convirtió en un proyecto de vida compartido.
A prueba de paciencia y manos
Cuando Eduardo llegó a Estados Unidos, no hablaba inglés. Su lenguaje era el de la observación, la técnica y la creatividad para resolver problemas. En sus primeros trabajos, como en Cypress, se encontró con procesos que llevaban años sin cambiar, donde todo se hacía a mano y cualquier propuesta de mejora encontraba resistencia. “Me frustraba porque veía maneras más rápidas y eficientes, pero no siempre aceptaban mis ideas”, recuerda.
Era trabajo pesado: mezclar grandes cantidades de masa manualmente, batir ingredientes uno por uno y repetir la rutina cientos de veces al día. Sin embargo, esa experiencia lo fortaleció y lo obligó a encontrar soluciones dentro de las limitaciones.
Susi, al incorporarse, aprendió a manejar maquinaria, a coordinar tiempos y a seguir el ritmo intenso de la producción. Juntos pasaron por varias compañías, como Publix y Pan Palmetto, perfeccionándose en panes y dulces tanto americanos como hispanos. Cada empleo les dejaba una lección: cómo mejorar procesos, qué funcionaba con los clientes y, sobre todo, qué querían para su propio futuro.
El salto al emprendimiento
En plena pandemia de 2019, decidieron dar el paso y abrir su propio negocio. Comenzaron con fresas con chocolate, postres pequeños y encargos especiales que elaboraban en un espacio compartido. La buena acogida los animó a ampliar la oferta y comenzar a preparar eventos completos.
Hoy elaboran productos frescos y personalizados: desde pasteles decorados con fotos comestibles hasta pizzas, dulces típicos cubanos y opciones que sorprenden por su creatividad. Las recetas base siguen siendo las de Camagüey, con ese toque artesanal que Eduardo ha mantenido por más de 35 años. Entre sus especialidades está el bizconde, un dulce tradicional que se agota rápidamente por su sabor único.
“No es solo vender un producto, es crear momentos”, dice Susi.
Para ellos, cada pedido es una obra hecha con sus propias manos, cuidando la calidad y el detalle.
Entre tormentas y perseverancia
El camino no ha estado libre de obstáculos. En una etapa se instalaron en un centro comercial que, aunque prometía buena ubicación, resultó tener graves problemas de mantenimiento. Clientes habituales les advirtieron del mal estado del lugar: goteras, áreas deterioradas y pasillos peligrosos para personas mayores. Las tormentas y huracanes solo empeoraron la situación.
Intentaron solicitar apoyo al SBA como pequeña empresa, pero la respuesta nunca llegó. “Fue frustrante porque estábamos luchando por salir adelante, pero las condiciones no nos ayudaban”, recuerda Susi. A pesar de todo, decidieron seguir adelante, aprendiendo qué buscar y qué evitar en un nuevo local.
Un mensaje que alimenta el alma
Para ellos, el secreto ha sido unir fuerzas y no rendirse. “No siempre vas a tener el horno perfecto o la receta exacta”, dice Eduardo, “pero si tienes las ganas, la disciplina y el apoyo de quien camina contigo, todo es posible”.
Susi lo resume con una sonrisa: “El trabajo sabe mejor cuando lo compartes”.
Hoy, entre harinas y hornos, este matrimonio sigue demostrando que, con amor por lo que se hace y compromiso mutuo, se pueden amasar no solo panes, sino sueños que alimentan a toda una comunidad. Desde su local en 4042 N Armenia Ave, comparten cada día el sabor de su historia con quienes cruzan su puerta.