En la ciudad de Tampa, María Sánchez ha logrado construir un negocio que, más allá del sabor, llena de calidez los corazones. Originaria de la República Dominicana, su historia es un testimonio de lucha, determinación y amor por la cocina.
Desde pequeña, creció en una familia numerosa, rodeada de cariño y momentos compartidos que marcaron su niñez como una etapa feliz y significativa. Con el tiempo, su familia comenzó a emigrar y, poco a poco, una gran parte se estableció en Estados Unidos. Ella fue una de las primeras en dar ese paso, llegando a Nueva York, donde pasó dos décadas construyendo su futuro. Allí descubrió su pasión por la gastronomía y aprendió todo lo necesario para emprender su propio proyecto.
No solo se enamoró del arte de cocinar, sino que también adquirió experiencia en la gestión de un negocio. Más adelante, se mudó a Tampa, donde compró un negocio que funcionaba en un local alquilado. Desde allí comenzó a darle forma a su sueño.
«Mi negocio y mis hijos son lo más importante en mi vida», afirma. Madre de tres, ha sabido equilibrar, con dedicación, su rol materno y su labor como emprendedora. Su hija, aunque no comparte la misma pasión por la cocina, la apoya en tareas administrativas como traducciones, pagos y llamadas, algo esencial en un entorno multicultural. Su hijo mayor se encarga de las compras, y el más joven, aunque aún en etapa de estudios, también colabora cuando puede. La familia es parte fundamental de su emprendimiento, haciendo del lugar un verdadero negocio familiar.
El local es una fusión de la cocina dominicana y cubana, una combinación que rinde homenaje a la cultura caribeña. «Enseño lo mejor de Dominicana y ellos ponen lo mejor de Cuba», comenta con orgullo. Muchos de sus clientes han encontrado en su cocina un pedacito de hogar, lleno de aromas y recuerdos. Su negocio, conocido como Café Artemisa, cuenta con clientes fieles que regresan una y otra vez, atraídos no solo por la sazón, sino también por el trato cercano y familiar que allí se ofrece. Curiosamente, ella y sus hijos son los únicos no cubanos en el negocio, lo que hace aún más especial esta convivencia cultural que se respira en cada rincón del lugar.
El camino no ha sido fácil. Como toda emprendedora, ha enfrentado desafíos: la gestión diaria, la competencia y la necesidad de adaptarse. Aun así, ella no se rinde. «Si alguien quiere empezar en este mundo, mi consejo es que realmente le guste. Esto no es fácil, pero si te apasiona, vale la pena», asegura.
Su rutina comienza temprano. A las ocho de la mañana ya está en el local supervisando que todo funcione correctamente, desde la llegada de la mercancía hasta la organización del equipo. Luego, dedica parte del día a su hogar y a estar presente para su familia, con la misma entrega que demuestra cada día en Café Artemisa.
Mirando al futuro, ella anhela contar con un espacio más amplio. «Sueño con un local más grande, donde pueda seguir creciendo y llevar mi proyecto a otro nivel», confiesa. Aspira a un lugar que refleje todo lo que ha sembrado con esfuerzo, familia, sabor y comunidad.
Su trayectoria deja huellas que inspiran. Su experiencia confirma que la constancia, la entrega y el amor por lo que se hace pueden abrir caminos. Cada plato que sale de su cocina es también un reflejo de su recorrido personal: una mezcla de esfuerzo, identidad y esperanza compartida.
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