Cuba añeja

Por Rafaela Cruz, diariodecuba.com

Más del 25% de los cubanos sobrepasa los 60 años, y se estima que durante la próxima década, siendo optimistas, casi uno de cada tres cubanos estará en esa franja etaria. En Cuba, dada su primitiva estructura económica y su total marginalidad respecto a la revolución tecnológica, esto significa una población de bajísima productividad que, en conjunto, sustraerá muchos más recursos de los que aportará.

Una tasa bruta de natalidad de 7,2 nacimientos por cada mil habitantes, combinada con una tasa bruta de mortalidad de 12,9 defunciones por cada mil habitantes, son valores comúnmente encontrados en regiones con prolongados enfrentamientos bélicos. Esto confirma que en Cuba vivimos un conflicto entre fuerzas armadas al servicio de una élite extractivista y un pueblo rehén, desarmado primero de su propiedad privada y luego de sus ideas propias y su dignidad.

País de viejos o país desierto: ese es el futuro de una Cuba con cada vez menos capital humano para sectores vitales como la agricultura, la industria o el turismo. Esto podría compensarse con mayores tasas de innovación —automatización y organización empresarial—, pero otro problema del envejecimiento poblacional es, precisamente, la declinación del número de innovaciones y emprendimientos, actividades asociadas a la toma de riesgos propia de edades más tempranas. No hay escapatoria.

Estamos en un círculo vicioso: el progresivo envejecimiento degrada la economía, lo que a su vez provoca nuevas expulsiones de jóvenes —más emigración, menos natalidad—, resultando en una aceleración del envejecimiento y de la decadencia económica.

El envejecimiento poblacional no es un fenómeno exclusivo de Cuba; es común en países de alto desarrollo humano. Pero a diferencia de aquellos que lograron su desarrollo de manera endógena —capitalismo, ahorro y trabajo duro—, Cuba alcanzó sus altos índices gracias a subsidios exteriores. Su economía —socialismo, “resistencia” y robo generalizado— no habría sido capaz de sostener los servicios necesarios para alcanzar índices humanos tan elevados.

Ahora, los países que alcanzaron su desarrollo de manera autónoma enfrentan esta fase demográfica con capital acumulado en forma de industrias, servicios, infraestructuras y redes comerciales. Además, sus ancianos, gracias a su propio trabajo, pudieron acumular reservas como propietarios, accionistas o titulares de pensiones significativas. En estos casos, una gran parte de la población anciana no solo no es dependiente, sino que sigue siendo productiva.

Pero Cuba elevó sus índices de desarrollo humano prostituyéndose políticamente, mientras malas decisiones internas destruían el capital acumulado por generaciones anteriores. Cuando se perdieron los subsidios rusos y venezolanos, descubrimos que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades reales. Los índices que antes se celebraron como logros se vuelven hoy un espejismo peligroso, raíz del drama social que vemos en las calles: viejos encorvados bajo el peso de la miseria y la nostalgia.

Nuestros ancianos no tienen ni inversión ni ahorros. Sus pocas propiedades —carros chatarras y casas ruinas— se devalúan rápidamente. Tampoco pudieron heredar a las nuevas generaciones emprendimientos productivos, debido a las limitaciones a la libre empresa. Se conforman con pensiones bochornosas, en comparación con lo que muchos le dieron a la Revolución. Paradójicamente, son los que tuvieron el valor de emigrar quienes hoy mantienen a quienes se quedaron.

El correlato político del envejecimiento poblacional es el conservadurismo. El cambio se asocia a la juventud, al ímpetu, a quienes tienen tiempo de arriesgar y rectificar. No es casualidad que las revoluciones de colores que derrocaron dictaduras ocurrieron en países con poblaciones jóvenes.

Los adultos mayores suelen preferir “malo conocido a bueno por conocer”. No son combustible para impulsar transformaciones. En Cuba, mientras la indigencia generalizada azota con más saña a los mayores de 60 años, la reacción social ha sido mínima. En cambio, el paquetazo de ETECSA, que afecta más a los jóvenes, ha sido activamente contestado desde las universidades.

Lo más probable, sin embargo, es que una vez que el castrismo ceda la cantidad de megas que aplaque la ira juvenil, el país vuelva a la paz de cementerio que reina en esta isla pellejuda, desgastada, sin más energía que la necesaria para humillantemente pedir remesas… o escapar a donde se pueda.